domingo, 26 de abril de 2020

RESEÑA: La casa de Bernarda Alba


LA CASA DE BERNARDA ALBA



MARTIRIO. Es preferible no ver a un hombre nunca. Desde niña les tuve miedo. Los veía en el corral uncir los bueyes y levantar los costales de trigo entre voces y zapatazos y siempre tuve miedo de crecer por temor de encontrarme de pronto abrazada por ellos. Dios me ha hecho débil y fea y los ha apartado definitivamente de mí.

Cada cierto tiempo vuelvo a Lorca. Mis ojos piden un poco de su lenguaje y de su sombra. Hace poco he vuelto a las páginas de La casa de Bernarda Alba - típica obra que te hacen leer a una edad demasiado temprana para comprender realmente el drama – y no me canso de leer y de emocionarme con ella.




La Casa de Bernarda Alba la escribió Federico allá por 1936, el año de su asesinato, pero no pudimos leerla hasta 1945. Fue entonces cuando la publicaron en Argentina por iniciativa de María Xirgu.

Bernarda ha enviudado por segunda vez y ha decidido decretar ocho años de riguroso luto en su casa. Sin embargo, sus hijas no están de acuerdo con encerrarse por la muerte del padre y esperar a que su juventud y su cuerpo se marchite sin matrimonio a la vista. Resulta que vivir en casa de Bernarda Alba es como estar presa en un hogar en el que están privadas de toda libertad, sobre todo la de movimiento y expresión. Eso sí, las puertas de esta casa guardan secretos capaces de hacer temblar los muros de la dichosa jaula. La pedida de mano de Angustias, futura esposa de Pepe el Romano, es la chispa que hará explotar este drama que pretende retratar la situación de la mujer en la España profundísima del siglo XX.

Me llaman la atención varias cosas de esta obra. La primera, el lenguaje. ¡Qué bueno! Lorca tiene ese don para poetizar hasta el más absurdo de los improperios. La obra está plagada de referencias al refranero popular, de insultos y maldiciones desternillantes y de mucha, pero mucha, metáfora.

También me encanta que en esta obra solo tengan voz mujeres. Los hombres no hablan, no opinan, no aparecen, pero están presentes en todas sus conversaciones y esta parte me chirría un poco. Entiendo la intención de retratar la época, época en la que no podemos obviar que el matrimonio era una puerta de salida para muchas mujeres, pero creo que, a veces, Lorca se excede. Es como una paradoja: Lorca presenta a personajes femeninos increíbles, bien estructurados, redondos, fuertes, protagonistas, pero su criptonita es la sumisión ancestral al hombre que, irremediablemente, es el más poderoso. 

Me empeño en recalcar esto porque siempre he visto, en los dramas de Lorca, que la figura de la mujer consigue escapar del yugo por su valentía, su fuerza y su pasión. En este caso, no lo veo tan claro. Como en esta obra en la que Pepe el Romano, personaje que ni siquiera tiene diálogo, es capaz de derrumbar los cimientos de esta casa de mujeres solo por ser un hombre. Además, me parece que los tópicos con los que se representa a los hombres y a las mujeres son tremendamente sexistas e injustos… pero no me olvido, lo prometo, de que muchas veces esta era la realidad que imperaba en la época (aunque, creo, exagerada).

Para mí destacan cuatro personajes. Poncia es mi favorita, la criada de la casa que todo lo sabe y todo lo adelanta aunque pocas veces es escuchada con la atención que merece. Sus frases son precisas y tiene un toque humorístico en sus dichos que me ha hecho soltar alguna risilla durante la lectura de este dramón.

Bernarda es la matriarca y, nunca mejor dicho, incluso tiene un bastón de mando. Es el retrato de una persona horrible que teme más por el qué dirán que por perder el amor de sus hijas. Su único afán es parecer una mujer honrada, aunque realmente es una cruel dictadora. Parece una persona sin sentimiento alguno y es capaz de cualquier cosa para salirse con la suya.

Luego está Adela que es la más joven de las hermanas. Tiene veinte años y unas ganas tremendas de salir al mundo. Ella cree que es la verdadera enamorada de Pepe el Romano que, sinceramente, parece la clase de tío que solo se ama a sí mismo. Pero, claro, esto es un drama lorquiano, por lo que se cargará de razón a este personaje, para mi gusto demasiado irritante, y será la que reciba las consecuencias nefastas del amor que cree que vive.

Pero, de las hijas de Bernarda, la que más me ha gustado leer es Martirio… y qué bien escogido el nombre. Sus diálogos son los más dramáticos y tienen un poso de tristeza y amargura que hace enternecerse al lector con su caso.

En definitiva, esta es una historia de cómo unas mujeres pierden el juicio debido al encierro al que las somete su madre. Las pasiones mandan más que la obediencia y guardan secretos gigantescos y duros como un peñasco. Sigo impactada por la violencia, por la poca sororidad y por el fanatismo religioso: estos tres temas hacen que en la obra podamos encontrar a unas mujeres que son capaces de desear la muerte de sus más allegadas o, simplemente, de lapidar a la que actúa fuera de los cánones católicos.

Es una obraza. ¡No dejéis de leer a Lorquito!

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