LA CASA DE BERNARDA ALBA
MARTIRIO. Es preferible
no ver a un hombre nunca. Desde niña les tuve miedo. Los veía en el
corral uncir los bueyes y levantar los costales de trigo entre voces
y zapatazos y siempre tuve miedo de crecer por temor de encontrarme
de pronto abrazada por ellos. Dios me ha hecho débil y fea y los ha
apartado definitivamente de mí.
Cada cierto tiempo vuelvo
a Lorca. Mis ojos piden un poco de su lenguaje y de su sombra. Hace
poco he vuelto a las páginas de La casa de Bernarda Alba - típica
obra que te hacen leer a una edad demasiado temprana para comprender
realmente el drama – y no me canso de leer y de emocionarme con
ella.
La Casa de Bernarda Alba
la escribió Federico allá por 1936, el año de su asesinato, pero
no pudimos leerla hasta 1945. Fue entonces cuando la publicaron en
Argentina por iniciativa de María Xirgu.
Bernarda ha enviudado por
segunda vez y ha decidido decretar ocho años de riguroso luto en su
casa. Sin embargo, sus hijas no están de acuerdo con encerrarse por
la muerte del padre y esperar a que su juventud y su cuerpo se
marchite sin matrimonio a la vista. Resulta que vivir en casa de Bernarda Alba es como estar presa en
un hogar en el que están privadas de toda libertad, sobre todo la
de movimiento y expresión. Eso sí, las puertas de esta casa guardan
secretos capaces de hacer temblar los muros de la dichosa jaula. La
pedida de mano de Angustias, futura esposa de Pepe el Romano, es la
chispa que hará explotar este drama que pretende retratar la situación de la mujer en la España
profundísima del siglo XX.
Me llaman la atención
varias cosas de esta obra. La primera, el lenguaje. ¡Qué bueno!
Lorca tiene ese don para poetizar hasta el más absurdo de los
improperios. La obra está plagada de referencias al refranero
popular, de insultos y maldiciones desternillantes y de mucha, pero
mucha, metáfora.
También me encanta que
en esta obra solo tengan voz mujeres. Los hombres no hablan, no
opinan, no aparecen, pero están presentes en todas sus
conversaciones y esta parte me chirría un poco. Entiendo la
intención de retratar la época, época en la que no podemos obviar
que el matrimonio era una puerta de salida para muchas mujeres, pero
creo que, a veces, Lorca se excede. Es como una paradoja: Lorca
presenta a personajes femeninos increíbles, bien estructurados,
redondos, fuertes, protagonistas, pero su criptonita es la sumisión
ancestral al hombre que, irremediablemente, es el más poderoso.
Me empeño en recalcar esto porque siempre he visto, en los dramas de Lorca, que la figura de la mujer consigue escapar del yugo por su valentía, su fuerza y su pasión. En este caso, no lo veo tan claro. Como en esta obra en la que
Pepe el Romano, personaje que ni siquiera tiene diálogo, es capaz de
derrumbar los cimientos de esta casa de mujeres solo por ser un
hombre. Además, me parece que los tópicos con los que se representa
a los hombres y a las mujeres son tremendamente sexistas e injustos…
pero no me olvido, lo prometo, de que muchas veces esta era la
realidad que imperaba en la época (aunque, creo, exagerada).
Para mí destacan cuatro
personajes. Poncia es mi favorita, la criada de la casa que todo lo
sabe y todo lo adelanta aunque pocas veces es escuchada con la
atención que merece. Sus frases son precisas y tiene un toque
humorístico en sus dichos que me ha hecho soltar alguna risilla
durante la lectura de este dramón.
Bernarda es la matriarca
y, nunca mejor dicho, incluso tiene un bastón de mando. Es el
retrato de una persona horrible que teme más por el qué dirán que
por perder el amor de sus hijas. Su único afán es parecer una mujer
honrada, aunque realmente es una cruel dictadora. Parece una persona
sin sentimiento alguno y es capaz de cualquier cosa para salirse con
la suya.
Luego está Adela que es
la más joven de las hermanas. Tiene veinte años y unas ganas
tremendas de salir al mundo. Ella cree que es la verdadera enamorada
de Pepe el Romano que, sinceramente, parece la clase de tío que
solo se ama a sí mismo. Pero, claro, esto es un drama lorquiano, por
lo que se cargará de razón a este personaje, para mi gusto
demasiado irritante, y será la que reciba las consecuencias nefastas
del amor que cree que vive.
Pero, de las hijas de
Bernarda, la que más me ha gustado leer es Martirio… y qué bien
escogido el nombre. Sus diálogos son los más dramáticos y tienen
un poso de tristeza y amargura que hace enternecerse al lector con su
caso.
En definitiva, esta es
una historia de cómo unas mujeres pierden el juicio debido
al encierro al que las somete su madre. Las pasiones mandan más
que la obediencia y guardan secretos gigantescos y duros como un
peñasco. Sigo impactada por la violencia, por la poca sororidad y
por el fanatismo religioso: estos tres temas hacen que en la obra
podamos encontrar a unas mujeres que son capaces de desear la muerte
de sus más allegadas o, simplemente, de lapidar a la que actúa
fuera de los cánones católicos.
Es una obraza. ¡No
dejéis de leer a Lorquito!
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