EL PLACER DEL VIAJERO
“Cada noche, en la hora que solían pasar en el balcón antes de salir a buscar un restaurante, escuchaban pacientemente los sueños del otro a cambio del placer de narrar los suyos con detalle.”
Tengo la sensación de que hay algunos libros que te eligen. De verdad. Pocas veces se habla de lo que le ocurre a la gente en las librerías, de los rituales, de los trances. De El placer del viajero me llamó la atención el rojo de su portada, un rojo bastante hipnótico (el rojo es mi color favorito). Así que, ignoré que el peligro del color y, casi como se tratase de una atracción fatal, cogí lo cogí y empecé a husmear. Pronto tiró de la cuerda que su escenario era Venecia, que los protagonistas eran dos amantes y la promesa de que la fatalidad se cerniría tarde o temprano sobre ellos hizo el resto.
Qué puedo deciros, he tenido puntería esta vez. Me he llevado un tesoro a casa. Esta novela de Ian McEwan es sencillamente deliciosa. Te mantiene en vilo, te llega a asustar de una forma bastante inteligente. Es un thriller de los buenos, no de los de Antena3, los domingos, a eso de las cuatro de la tarde.
Collin y Mary son dos amantes acostumbrados a ser amantes. Lo que quiero decir con esto es que no esperéis una tórrida relación o un loco escarceo amoroso. Collin y Mary son una pareja que ha entrado en la monotonía y el lector puede intuir, permitidme la licencia, que este viaje a Venecia ha sido para recobrar esa chispa que les falta. Su viaje va transcurriendo y el lector disfruta de la prosa de McEwan, que creo tiene la capacidad de capturar el instante, de forma que uno lee capítulos como si observase fotografías.
Es en el tercer capítulo en el que aparece Robert -junto a Mary, es el personaje, a mi parecer, más trabajado-, un personaje que, como de un navajazo, rompe el lienzo que los amantes todavía intentaban pintar. La historia de Robert es cruda. Hijo de un padre bastante dictatorial, de una madre callada, puteado por sus hermanas (todas con un comportamiento jodidamente piscopático). Ellas están hartas de que Robert, solo por el hecho de ser hombre (y por tanto el preferido de su padre), goce de privilegios que ellas ni siquiera llegan a oler. Todo esto hace que el personaje tenga un carácter misterioso, machista e incluso macabro. Por no hablaros de la relación con su esposa Caroline, otro personaje enrevesado donde los haya, que se descubre ante el lector hacia el final del libro y que no puede dejaros indiferentes.
Es, después de la intromisión de estos personajes en la vida de los amantes, donde el lector empieza a padecer. La vida de Collin y Mary sufre una vuelta de campana. Recuperan la pasión, se beben los días, se beben el uno al otro, literalmente. Pero pronto la tragedia llamará a su puerta y no tendrán más remedio que abrir y enfrentarse a ella.
No sabéis lo que me cuesta no estropear la sorpresa. El final me pareció, así como suena, una locura. Sin embargo, lo que más destacaría de la novela es la forma en la que está contada. Ian McEwan teje una tela de araña en la que, de repente, te pegas. No tienes posibilidad de salir de ella. No existe. Hacedme caso, id a vuestra librería o biblioteca más cerca y coged el libro. Es una lectura ligera, pero intensa. Os atrapará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario